UN NAUFRAGIO QUE NO FUE. EL VAPOR GIJON EN LA PLAYA DE QUENXE.
Hace
ya unos años que el supuesto naufragio de un vapor en la playa de Quenxe llamó
mi atención, sin embargo las referencias al mismo eran escasas y lo único que
se sabía era el lugar en que supuestamente había acaecido.
Tras
realizar innumerables consultas en las hemerotecas digitales localicé una
referencia que podía encaminar mi búsqueda, se trataba del anuncio de subasta de
dicho vapor en el puerto de Corcubión en el año 1871, posteriormente siguiendo
referencias del libro Historia de la Marina Mercante Asturiana. Vol. 2 de José
Ramón García López, localicé más información sobre él en el Archivo Histórico de
Asturias y en el Archivo Histórico Universitario de Santiago de Compostela.
A
continuación paso a narrar la historia de este vapor, de pequeño porte en la
actualidad pero de tamaño acorde a la época en
la que surcó los mares.
En
el año 1868 el armador y comerciante de la villa de Gijón Buenaventura
Barbachano y López inicia los trámites para la compra de un vapor mercante en
Inglaterra para dedicarlo al tráfico comercial entre los puertos de la
península. El primer paso que dio para efectuarla fue apoderar a su hermano
Amador el 29 de septiembre de 1868 para que llevase a cabo el contrato para la
compra en Londres del vapor llamado HELENA, propiedad del naviero John Meek, o
en el caso de que éste no se hallase en condiciones idóneas otro de similares
características.
Tras
viajar a Londres y comprobar el estado del citado buque, Amador realizó las
gestiones correspondientes con su propietario llegando el 17 de diciembre de
dicho año al acuerdo de venta en la cantidad de cuatro mil libras esterlinas,
de las cuales 1.200 serían abonadas en el momento de la venta y resto deberían
ser abonadas en los plazos estipulados en el contrato de compra-venta.
El
HELENA había sido construido en Chester en el año 1863, siendo su casco de
hierro, teniendo un desplazamiento en bruto de 188 toneladas y en limpio 128
toneladas, eslora 42 metros, manga 5,4 metros y puntal 3,2 metros, tenía tres
palos, de popa redonda y dotado de dos calderas con una potencia de 30 C.V.
La
entrega del vapor se realizaría en el puerto de Gijón, debiendo estar el vapor
en el estado en que se hallaba cuando fue reconocido en Londres, corriendo los
gastos desde el momento de la compra a cuenta de Buenaventura Barbachano, el
cual debía asegurar el barco para cubrir los posibles impagos de los plazos
acordados.
A
principios de 1869 el vapor comenzó sus
operaciones con su nuevo armador, cambiándosele el nombre por el de GIJON,
pasando a quedar inscrito en la matrícula de dicho puerto. El mando del mismo
fue encomendado a Amador Barbachano, y de esta manera comenzaba la vida de este
pequeño vapor dedicado al tráfico comercial entre los puertos de la costa
española.
En
uno de estos viajes, el cual dio comienzo el día 17 de agosto de 1869 en el
puerto de su matrícula, cargo en sus bodegas hierro, cristales y otros efectos
para los puertos de A Coruña, Vilagarcía de Arousa, Vigo, Cádiz y Sevilla, sufriendo
en la navegación varias averías que le harían recalar primeramente en Viveiro,
luego en A Coruña y finalmente en Corcubión que sería el lugar en donde
finalizaría su breve vida marinera ondeando el pabellón español.
El
mencionado día 17 salió de Gijón en la tarde noche, después de haber finalizado
la carga de sus bodegas, transcurriendo sin novedad la navegación hasta primera
hora de la mañana del día 18, en que el maquinista informó al capitán que se
habían roto varios tubos de la caldera y como consecuencia de ello ésta perdía
bastante agua, por lo que se decidió dirigirse al puerto más cercano, que era
el de Viveiro, al cual arribaron horas
después, atracando en su muelle y donde consiguieron el auxilio de personal
experto, que con la ayuda de los maquinistas de a bordo pudieron hacer frente a
la reparación de la avería, alargándose
ésta hasta el día 25 en que una vez finalizada se pudo hacer de nuevo a la mar
continuando su viaje, entrando el día 26 en el puerto de A Coruña, donde fueron
descargadas varias cajas de cristales y otros efectos, cargando a la vez
sardina para Cádiz. Aprovechando la escala el capitán, con el fin de comprobar
el estado de la máquina y así evitar cualquier incidencia en el resto del
viaje, solicitó por medio de las autoridades de Marina del puerto el auxilio de
maquinistas y caldereros del Arsenal de Ferrol, los cuales tras efectuar un
minucioso reconocimiento de la caldera consideraron que era necesario
instalarle tubos nuevos, siendo necesario para ello solicitar que el Capitán
General del Departamento de Ferrol autorizase que por dicho Arsenal se le
facilitasen 60 tubos para poder realizar la reparación. Del total de tubos
suministrados fueron empleados 40 y tras finalizar la reparación el día 7 de
septiembre, se hace de nuevo a la mar a las dos de la mañana.
A
las nueve de la mañana hallándose el
cabo La Lage a la vista, el capitán fue avisado por el primer maquinista de que
las bombas no hacían suficiente extracción de agua y para evitar que ello
ocasionase alguna avería y a la vez por el mal cariz que estaba tomado el
estado de la mar (habían salido con mar gruesa que iba en aumento), sería
conveniente entrar de arribada en el puerto de Camariñas, al cual llegaron a
las cuatro de la tarde, quedando fondeados en su ensenada donde procedieron de
inmediato a reparar las válvulas de los cilindros para que las bombas pudiesen
efectuar correctamente la extracción del agua. Permanecieron a resguardo en la
ensenada de Camariñas hasta el día 12 de septiembre en que tras comprobar que
las condiciones meteorológicas habían mejorado, levaron el ancla y continuaron
de nuevo el accidentado viaje. A las cuatro de la tarde de dicho día y cuanto
se encontraban navegando con una mar muy grande entre Cabo la Nave y Punta
Longa que los iba aconchando contra tierra, empujándolos a las rompientes de
Munis, notaron que hacía agua con abundancia, alistando de inmediato la bomba
de la bodega que pusieron a funcionar junto a la de la máquina, sin embargo
pese al continuo bombeo las cosas se complicaron aún más, observando los
maquinistas que las pulgadas de vapor en la máquina bajaban de una manera
alarmante y transcurrida una hora desde la primera observación la máquina se
paró por completo al quedar sin vapor, atribuyendo esto a la mucha agua fría
que se introducía por debajo de la caldera.
El
capitán intentó maniobrar el barco con el aparejo de vela, sin embargo fue
imposible por la ausencia de viento, en
vista de lo cual decidió preparar los botes salvavidas, por si era necesario
ordenar el abandono. Mientras el personal de cubierta arranchaba los botes el
personal de la máquina consiguió levantar un poco de presión en la caldera,
aunque sin pasar de media pulgada, gracias a ello y el continuo funcionar de
las bombas de achique, se logró navegar a una velocidad de una milla escasa por
hora y decidieron de mutuo acuerdo dirigirse al puerto de Corcubión para evitar
la pérdida total del buque. Entraron en el interior de la ría a las diez de la
noche del día 12 y tras fondear en las inmediaciones de la playa de Quenxe
procedieron a apagar los hornos para que enfriase la caldera y así poder
efectuar un reconocimiento de ésta, operación que fue realizada el día 13,
dando como resultado que varias planchas situadas por debajo de la caldera
estaban completamente inútiles, entrando por dicha zona gran cantidad de agua,
siendo necesario emplear cal hidráulica para proceder a su taponamiento, igualmente
se comprobó que la caldera se encontraba
inútil en su totalidad para continuar
viaje (se hizo una prueba rellenándola de agua y ésta era
pronto expulsada, tomando la precaución de cerrar los grifos de las bodegas
para evitar la comunicación del agua con la carga).
En
vista de estas averías el capitán decidió ponerse en contacto con el armador
para comunicar lo sucedido y recibir las instrucciones correspondientes, para
ello se puso en contacto con el consignatario en el puerto Isaac Villanueva y
Pou, quien envió comunicación a Santiago de Compostela para que por vía del telégrafo
se informase al armador en Gijón.
Tras
recibir órdenes de armador y cargadores de trasvasar la carga al vapor ITALICA,
y debido a los gastos ocasionados en las mencionadas operaciones y a la falta
de fondos para poder realizar la reparación de las averías, el capitán de
acuerdo con lo dispuesto en el artículo 6º del Código de Comercio solicitó
autorización para pedir un préstamo de 20.000 reales a riesgo marítimo u
obligación a la gruesa sobre casco, quilla y aparejos, previa autorización del
Juez de Comercio (en esas fechas aún estaban pendientes de abonar al antiguo
propietario 200 libras). Con esta cantidad se haría frente también al pago de
los salarios de la tripulación, manutención y otros gastos surgidos en puerto.
El
mencionado préstamo fue autorizado por el Juez el 11 de octubre, siendo el
prestamista el fomentador D. Manuel Xampen vecino de Finisterre, fijando un
interés mensual del 12% que en el mes de diciembre del mismo año fue bajado a
un 6 %. Como garantía de devolución se prohibía al vapor abandonar la ría
mientras no fuese devuelto en su totalidad.
El
4 de mayo de 1871 D. Isaac Villanueva abonó a D. Manuel Xampen los 20.000 reales que había prestado a la
gruesa a D. Amador Barbachano junto a las 600 pesetas que era el importe de los
intereses devengados, quedando desde ese momento subrogado D. Isaac para
percibir las cantidades e intereses sucesivos del préstamo. El mismo 4 de mayo
presentó demanda ante el Juzgado contra el armador y el capitán para que le
fuesen abonadas las cantidades debidas junto a los intereses vencidos y por
vencer, siendo aceptada por el Juez que procedió al embargo del GIJON.
El
27 de junio en sentencia de remate el juez mandó seguir la ejecución adelante
hasta hacer el pago de las sumas adeudadas, acordándose para ello tras haber sido
tasado el buque por peritos proceder a su subasta, cosa que así se hizo sin que se presentasen a
la misma postores, por lo que se decidió realizar una nueva tasación y remate
que se fijo para el 29 de diciembre y que tuvo el mismo resultado.
En
esa época D. Isaac Villanueva tenía un crédito pendiente con los Sres.
Mac-Andrews y Cía. de Londres por un importe de 8.502,4 pesetas y al carecer en
esos momento de dicha suma decidió ceder a estos el crédito que tenía reclamado
sobre el mencionado vapor y en el caso de que la suma generada con la venta del
vapor no alcanzase las 8.502, 4 pesetas la diferencia sería abonada por los
Sres. Hermogenes Villanueva e hijo. Finalmente la deuda fue abonada y volvió
nuevamente a ellos la propiedad, el vapor llevaba ya varado unos años en la
Playa de Quenxe con el fin de evitar mayores gastos, los armadores habían ya
renunciado a la propiedad al no hacer frente a los pagos adeudados.
Del
vapor fueron desembarcados todos aquellos materiales de valor susceptibles de
ser sustraídos, que fueron depositados en un almacén en tierra.
En
el año 1878, debido al tiempo transcurrido en su retiro en la playa el casco
del vapor poco a poco se fue enterrando en ella, por lo que se vieron en la
necesidad de solicitar un préstamo de 2.500 pesetas a D. Pedro Alvarellos para
poder hacer frente a los gastos que ocasionaba. Finalmente debido a lo oneroso
que resultaba el mantenimiento del mismo y por carecer de fondos para continuar
su custodia y recuperación lo vendieron con todos los materiales custodiados al
prestamista en la suma de 7.500 pesetas de las cuales les fueron entregadas
2.500 ya que las 5.000 pesetas restantes
eran el importe adeudado, desde ese momento el mencionado Alvarellos se hacía
cargo del vapor y de su posible recuperación.
Sin
embargo el GIJON ya nunca saldría navegando de su retiro de la playa de Quenxe,
su casco fue cubriéndose poco a poco de arena, a la vez que su deterioro fue en
aumento, alargándose su agonía hasta el mes de enero de 1899 en que las
autoridades tomaron cartas en el asunto, informando en esas fechas el Ayudante
de Marina de Corcubión al Comandante de Marina de la Coruña sobre el estado de
abandono en que se encontraban sus restos, y que suponían un riesgo para las
embarcaciones y personas. En el mes de febrero de 1900 el Capitán General del
Ferrol ordenó se iniciase una causa para averiguar su situación y proceder por
quien correspondiese su retirada. En el
mes de noviembre del mismo año informaba nuevamente sobre el resultado de las operaciones
de extracción, finalizaban así treinta y un años de abandono del pequeño
costero que había iniciado su viaje en Gijón en el mes de agosto en 1869 y
debido a averías de importancia en su navegación acabaría finalizando su
existencia en la hoy concurrida playa de Quenxe.
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