EL BERGANTÍN CORCUBIONES
Hubo un tiempo en que la
ría de Corcubión era base de veleros e intrépidos marinos que surcaban los
mares a bordo de corbetas, bergantines, goletas, quechemarines…… En ellos llevaban y traían mercancías
diversas a lo largo de la costa y a la vez transportaban desde puntos muy
distantes como Buenos Aires, Montevideo, La Habana, Falmouth, Bremen,
Haugesund, Cascais, Puerto Plata…., productos que eran difíciles de obtener en
la península.
Igualmente aprovechaban
estos viajes para transportar paisanos que decidían emigrar a América, para
encontrar mejor vida.
Un ejemplo lo tenemos en
la Corbeta Luna, que zarpando de Vigo ofrecía pasaje para Montevideo y Buenos
Aires, servicios que fueron utilizados por vecinos de la zona, existiendo constancia
del viaje que realizó con destino a Buenos Aires Juan Bautista Ínsua Pérez en
el mes de enero de 1860 y que le supuso un desembolso de mil reales de vellón.
Estas embarcaciones en el
mejor de los casos escasamente sobrepasaban las trescientas toneladas, cifra
que hoy nos parece ridícula si la comparamos con las cuatrocientas mil
toneladas que puede desplazar un petrolero o bulkarrier.
Veleros con nombres como:
Nuestra Señora de la Junquera, Corcubiónes, Santo Cristo de Finisterre, Ancares,
Unión-Nueva Unión, Luna-Luna Nueva, Sagitario, Ramoncito, Que Dirán de Mí,
Camila, Liberto, Nuestra Señora del Carmen, Venus, Los Santos Inocentes San
Pedro y San Pablo….. fueron mandados entre otros por los capitanes y pilotos
Antonio Abella, Manuel Abella, Santiago Libarona, José Agramunt, Manuel
Agramunt, Francisco Recaman Quintana, Ramón Díaz Porrúa, Francisco Díaz Porrúa,
Domingo Antonio Merens, José Rodríguez, Manuel Rodríguez, Ramón González,
Manuel González, Ramón Rivas, Antonio Leira……
Al mando de una de estas
embarcaciones, el bergantín Corcubiónes, de setenta y un toneladas de
desplazamiento se hallaba en el mes de abril de 1830 el capitán Ramón Díaz Porrúa.
El día 2 de dicho mes se
encontraban fondeados en la bahía de Santander pertrechados y cargados para
emprender viaje al puerto de la Habana. Para poder efectuar el viaje era
necesario estar en posesión de la correspondiente Real Patente de Navegación
Mercantil de América (Documento que obligaba al capitán a cumplir una serie de
obligaciones desde el comienzo del viaje hasta la finalización del mismo, y en caso de incumplimiento de alguna de ellas debería
rendir cuentas ante las autoridades competentes).
Para hacer efectiva su obtención
actuó como fiador el comerciante y vecino de Santander D. Enrique de Cuétara, y
para ello afianzó y aseguró hasta la cantidad de diecisiete mil reales de
vellón, el valor de la mitad del bergantín en dicho momento. Tras efectuar los trámites
oportunos, la real patente de navegación, fue entregada por el Comandante Militar
de Marina de Santander al fiador el día 7, para su posterior entrega al capitán
Díaz Porrúa.
El mismo día 7 la tripulación formalizo contrato con el
objeto de realizar viaje, comprometiéndose con el capitán de la siguiente
manera:
Que el bergantín Corcubiónes,
se halla surto y anclado en este puerto y próximo a dar a la vela con cargas y
de libre comercio para el de la Habana, estando todos conformes en seguir el
citado viaje con sueldos y condiciones siguientes:
El capitán percibirá de sueldo
dos partes y el cinco por ciento de capa, el piloto D. Juan Castellá dos partes,
el agregado D. Ramón Caamaño una parte, el contramaestre D. Antonio Sierra tres
cuartas partes, el despensero Manuel Rodríguez tres cuartas partes, marinero
Pedro Rivero, marinero Diego Lamas tres cuartas partes, muchacho José Trigo
media parte y muchacho José Andrés de Lema una cuarta parte.
Los sueldos serán
satisfechos por el capitán al regreso o vuelta al puerto en que se dé por
finalizado el viaje con sólo descuento de lo que legítimamente haya adelantado
y en el caso de arribada no podrán pedir menor cosa.
En caso de surgir
diferencias entre el capitán y tripulación en el ajuste de cuentas, éstas se
dirimirán amistosamente nombrando un perito cada parte, con facultad para que estos
nombren un tercero en discordia si la hubiere y a cuya decisión se avendrán sin
más recurso y los que no lo hicieren perderán totalmente su haber quedando este
a favor de la masa común.
La tripulación guardará
subordinación a su superior y todos al capitán, obedeciéndole a cuanto ordene
tanto en las faenas de a bordo como en lo que mandase, no pudiendo sin su
autorización salir a tierra ni quedar fuera del buque. Tampoco harán deserción
ni abandono so pena de incurrir en las que impone la ordenanza para que en
dicho caso sean castigados, debiendo el capitán procesarlos criminalmente
entregando a los reos en los consulados o buques de guerra.
De acuerdo con lo mandado
en la R.O. de 10 de julio de 1817, el capitán, oficiales y tripulación se
obligan a regresar a este puerto u otro de la península, todos según el rol de
la embarcación y en el caso de que alguno no lo efectuara el capitán pagara 500
pesos sencillos por cada uno que faltase.
Bajo estas condiciones en
que todos están conformes el capitán se obliga a cumplir lo de su cargo y los
relacionados oficiales y tripulantes a servir en el mencionado bergantín sus
respectivas plazas durante el presente viaje al referido puerto de la Habana y
su retorno a éste u otro donde se diere por cumplido, desempeñando cada uno
puntualmente las obligaciones de su oficio, a todo lo cual comprometen lo que
les toca cumplir por esta escritura sus personas y bienes presentes y futuros
con el poderío de justicias competentes sumisión necesaria, renuncian a todas
las leyes fueros y otros de su favor, así lo otorgan y firman. (Archivo
Histórico Provincial de Cantabria)
Una vez firmado el
contrato por la tripulación, el bergantín ya se encontraba preparado para
iniciar viaje.
A los pocos días abandonó
la bahía de Santander poniendo rumbo al puerto de la Habana, al cual llegó sin
novedad, y desembarcó
su carga, hizo provisión de agua y víveres y a la vez cargó nuevas mercaderías, zarpando de nuevo con rumbo a la península,
donde nos lo encontramos el 29 de septiembre fondeado en el puerto de Santander,
hallándose el día 16 de octubre de nuevo
cargado y preparado para emprender viaje, esta vez sería con rumbo a un puerto de la península, concretamente el
de Barcelona para cuya realización tuvo que solicitar Antonio Díaz Porrúa Real
Patente Mercantil de Europa.
Pequeñas historias de intrépidos
navegantes, desconocidas en su mayoría y cuyos protagonistas fueron vecinos que
un día navegaron por esos mares tenebrosos dando a conocer una zona a la cual
era más fácil llegar a bordo de un velero que por los tortuosos caminos que la
comunicaban con las principales ciudades.
Aquiles Garea Moledo
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